¡Hola!
Hoy te comparto una maravillosa historia que te dejara una valiosísima lección acerca de la crianza y los hijos.
Actualmente es SUPER DIFÍCIL criar niños con tantos estímulos, información y criticas. Recuerda que SIEMPRE, LO MEJOR PARA TU HIJO ES LO QUE TU DECIDAS. Espero qué después de que leas esto, tu corazón y mente de madre descansen un momento para darle paso a una nueva filosofía de vida.
Te dejo la historia. Gracias por leer y espero que te sea de utilidad:
EL MAGO, LOS REYES Y LOS SERES VIVIENTES.
Hace muchos años, hubo una ve un mago que lucía largos cabellos plateados y una gran barba que casi le llegaba a las rodillas. Vivía solo en una cueva cerca de la cumbre de una montaña que dominaba la vista de un hermoso valle.
Aunque el hechicero jamás bajaba al poblado del valle, todos sabían que estaba activo en la montaña, porque por la noche se veía brillar una luz como si fuera una estrella en la pinta de los riscos.
Un bondadoso monarca, amado por todo el pueblo, dirigía los destinos del poblado con la ayuda de su bella esposa. El cielo los había bendecido con tres hijos.
Un día el rey mando a llamar a los tres príncipes y les dijo:
-Uno de ustedes habrá de tomar mi sitio en el trono. Su madre y yo hemos compartido por igual nuestro amor entre ustedes, pero un reino no puede compartirse. Cuando yo me haya ido,uno de ustedes, el más capaz, tendrá que convertirse en el nuevo rey. Lo he pensado mucho, pero no puedo elegir entre ustedes tres y por ello he pedido la ayuda del hechicero de la montaña. Los tres deberán presentarse con el y harán lo que les ordene.-
Y los tres hijos del rey ascendieron por el camino montañoso que conducía hasta la cueva del mago. Cuando llegaron a la cima, lo encontraron sentado en el borde de una pequeña roca que estaba en la entrada de su cueva.
Miro a los tres príncipes y sonrió al observar la actitud respetuosa y cortés en que esperaban sus palabras. Estiró la mano en dirección a ellos:
-Aquí hay tres semillas. Sembradlas y de cada una de ellas brotará un árbol. Esa es su misión.-
Los tres príncipes dieron las gracias y bajaron en silencio por la montana llevando cada uno su semilla.
El hijo mayor sembró su semilla en la punta de una colina pequeña y redonda. Todos los días la regaba con agua clara del arroyo. Durante el invierno, cubrió con paja la base del pequeño arbusto para conservar el calor de las raíces. A la llegada de las tormentas primaverales, le construyó un refugio para protegerlo del viento. Al paso de los años, el árbol fue creciendo tan grande y frondoso que ni siquiera los rayos del sol atravesaban su follaje. La vegetación y la yerba de la colina comenzó a ponerse amarilla y acabó por morir por falta de sol. Durante los meses cálidos, el hijo mayor del rey acarreaba cubeta tras cubeta con agua del arroyo, ya que su árbol se rehusaba a beber cualquier otro tipo de agua. En el otoño, trabajaba de sol a sol recogiendo todas las hojas que tiraba el frondoso árbol.
El hijo de en medio sembró su semilla en otra colina cercana. Para el, la forma del árbol era más importante que su tamaño. Según iba creciendo, podaba con gran cuidado sus ramas para que no se engrosaran demasiado. Utilizando cuerdas, ató el tronco a unos postes de madera para asegurarse de que crecería derechito. Alambró las ramas para que se curvaran graciosamente hacia el cielo. Inspeccionó cada rama, cada hoja para cortar todas aquellas que no complacieran su vista. Invertía casi todo su tiempo en podar, alambrar, atar e inspeccionar.
El más pequeño de los príncipes plantó su semilla en una tercera colina, muy cerca a las de sus hermanos. Cuando su árbol estaba aún muy tierno, ató el tronco a unos postes de madera para que el viento no lo doblara o lo enchuecara. Al paso del tiempo, arrancó los postes, cortó las cuerdas y permitió que el árbol se sostuviera por sí mismo. Solamente le llevaba agua cuando hacía mucho calor y escaseaba la lluvia. Lo podaba lo indispensable para que los rayos del sol atravesaran por el follaje. Durante el otoño, acostumbraba recoger solamente las hojas caídas para que no se secara la hierva que lo rodeaba. Durante el invierno, se cuidaba a sí mismo de la crudeza del tiempo.
Muchos años después, el rey murió durante la noche, y al día siguiente una tormenta terrible descendió desde la montaña donde habitaba el hechicero. El Ventarrón empujaba cortinas de lluvia pesada sobre el valle, los arroyos se convirtieron en ríos caudalosos y los estanques se transformaron en lagos. Las nubes negras danzaban por el cielo y la tormenta duró dos días y dos noches más.
A la tercera mañana de la muerte del rey, dejó de llover y se aclararon los cielos. Cuando la gente del valle comenzó a salir de su casa, todos volvieron la mirada hacia las tres colinas de los príncipes. La colina donde el hijo mayor sembró su semilla había sido arrasada y el enorme árbol estaba tirado y con las raíces al aire.
En la segunda colina no había quedado nada en pie. Había ramas rotas por todas partes y el árbol desgajado yacía sobre un campo vecino.
El árbol del príncipe menor estaba de pie, con sus hojas verdes y húmedas brillantes bajo el sol. Durante la tormenta se había sacudido bajo el embate del viento y los estremecieron enérgicamente las lluvias, pero no se rompieron sus ramas.
Esa misma tarde, los tres príncipes ascendieron por la montaña del hechicero y lo encontraron sentado en la misma roca, con los ojos fijos en le horizonte. Después de un prolongado silencio fijó la mirada en el mayor de los tres príncipes.
-A tu árbol le diste amor, pero no le diste guía y orientación. Se volvió egoísta y exigente. No quiso compartir ni siquiera la luz del sol con la yerba que lo rodeaba y todo a su alrededor murió. Dado que no había yerba que sostuviera la tierra, la colina se desbarató bajo en embate de la tormenta. No estas capacitado para convertirte en rey, pero tu capacidad para amar en forma madura aumentará. Agregaré a ella los dones del conocimiento y de la autoridad. Te convertirás en un gran maestro y la gente del valle te amará y te respetará. El hijo mayor sintió la mano del hechicero sobre su hombro derecho y sus ojos se llenaron de lágrimas de felicidad.
El hechicero se volvió hacia el hijo de en medio. - Tú diste orientación y guía a tu árbol, pero no le diste amor. Tenía una forma muy bella, pero sus raíces carecieron de la profundidad y la fuerza necesaria para sostenerse durante la tormenta. No puedes tomar el lugar que dejo vacío tu padre, pero tu aviso que no trabajaste en vano. A ti, te regalo el don de amar. Vivirás entre la gente como un gran doctor y el pueblo te respetará siempre-. El hijo de en medio sintió la mano suave del brujo u su corazón se llenó de gozo.
El anciano mago se volvió hacia el hijo mayor del rey: -Para tu corta edad, has aprendido mucho y mereces llevar la corona de tu padre. Tienes la proporción adecuada de amor y de sentido orientador. Y es así como debe cuidarse de los seres vivientes. Recuerda siempre que así como un ser viviente es por sí mismo un pequeño reino, todos los reinos son seres vivientes.-
El mago se levantó para dirigirse a los tres príncipes. -Váyanse de inmediato porque les espera una tarea tan importante que no la terminarán en toda su vida.- Y volviendo la espalda, entró a su cueva.
Los tres hijos volvieron al valle y se aplicaron a realizar las tareas asignadas por el viejo hechicero. El hijo mayor se convirtió en un sacio maestro y la gente del valle edificó una universidad que llevó su nombre. Tal como profetizó el mago, el hijo de en medio fue un gran médico y vivió lo suficiente para ver que los moradores del reino construían un hospital para que se continuase su labor. Durante la época en que el menor de los príncipes reinó, se lograron incontables avances y desde entonces la gente del valle disfruta prosperidad y paz.
Nunca nadie volvió a ver al hechicero, pero hasta la fecha se cuenta que en las noches claras a veces se observa una luz brillante como una estrella, iluminando la cima de la montaña.
Dr. Jhon K. Rosemond